Todos conocemos el estrés psicológico, ese que aparece en algunos momentos de nuestra vida y que nos puede llegar a colapsar anímicamente. Pero ¿quién conoce el estrés físico?
El estrés en las estructuras se relaciona con las fuerzas a las que está sometido un cuerpo. Un buen ejemplo podría ser un espagueti. Cuando lo doblamos estamos haciendo que sobre él actúen unas fuerzas que tienden a doblarlo. Al generar este estrés tensil llegará a romperse.
Imaginemos que estas fuerzas actúan sobre uno de nuestros huesos en lugar de sobre un espagueti. Nuestros huesos son mucho más fuertes y resistentes, pero si los sometemos a una fuerza lesiva de forma más o menos constante al final sucederá lo mismo. La estructura colapsa y terminará por romperse, por fracturarse este hueso. Esas son las llamadas fracturas de estrés.
Las fracturas de estrés pueden darse en muchos de nuestros huesos. Estos se pueden llegar a romper sin necesidad de que exista un traumatismo. El pie es una zona propensa a este tipo de fracturas, no en vano es la estructura que soporta el total de nuestro peso corporal, y en muchas ocasiones, no funciona de una manera adecuada, o la anatomía no es la más propicia para que todo se comporte de forma correcta.
Los metatarsianos, los huesos que unen los dedos con el resto de pie, son unos de los más proclives a sufrir este tipo de lesiones, ya que son huesos más o menos finos que resisten mucho peso. Y es que, de media, damos 10.000 pasos al día, lo que supone una carga enorme para estos huesos. Si sumamos eso a que una parte muy importante de la población tiene un pie plano o cavo, las posibilidades de fractura aumentan. Pero no son los únicos huesos del pie que pueden terminar con una fractura de estrés, escafoides, calcáneo o sesamoideos son otros huesos que tienden a sufrir estas molestias lesiones.